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Si no tenía
clientes, leía un periódico: The Sun, Daily Mirror y, sobre todo, el Evening Standard,
un periódico londinense que publicaba todo sobre las carreras de caballos, los
otros eventos deportivos del día, así como algunos problemas locales, políticos
y rara vez internacionales.
No leía demasiado
concentrado o durante mucho tiempo, ya que levantaba la vista de vez en cuando
para silbar o recordar la atención de alguna chica glamorosa de paso, sobre la
bondad de cuyas formas no siempre estábamos de acuerdo, y si yo intentaba arrastrándolo para comentar algunas
noticias políticas o argumentos politicos o
sociales en el exterior, sus respuestas eran siempre superficiales, si
no incluso evasivas.
Al principio noté
una cierta sorpresa en sus ojos al escuchar cuidadosamente mi razonamiento; me parecìa que el no supiera cómo
interpretarlo.
Con el paso del
tiempo, me di cuenta de que debía parecerle insólito e incluso extraño que un
vendedor de helados italiano, quisiera
abordar argumentos a los cuales ni
siquiera los ingleses y los londinenses, como él, estarían interesados.
Entonces, aunque visto
como una especie de fenómeno, un tanto divertido y original, me di cuenta de
que su actitud hacia mí iba cambiando gradualmente, del esnobismo inicial y la
indiferencia en una cordial y sincera simpatía que yo no fui capaz de convertir
en una amistad más profunda. , quizás también debido a mi inmadurez e inseguridad.
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